OTRAS DEVOCIONES DE LIMA

La ciudad de Lima fue llamada en un tiempo como “ciudad convento” y se consideraba que más de un 10% de la población de la ciudad era religiosa. Esto queda hasta el día de hoy testimoniado por la enorme cantidad y calidad de los edificios religiosos, que hoy constituyen nuestra gran riqueza patrimonial. En este ambiente levítico, que perduró con intensidad hasta mediados del siglo XX, surgieron la mayor cantidad de santos de nuestro continente, entre ellos la primera Santa Americana, Rosa de Santa María, el modesto mulato Martín de Porres, el humilde fraile dominico Juan Masías, y el misionero franciscano “Apóstol del Paraguay” San Francisco Solano.

En este ambiente surgieron muchas devociones populares, que salieron de la propia religiosidad del pueblo y fueron asentándose en las costumbres y las tradiciones limeñas. Algunas de ellas con el tiempo fueron desapareciendo o disminuyendo en importancia, pero otras se afincaron en el corazón y el alma de la ciudad y así han llegado hasta nuestros días. A continuación haremos una breve reseña de las más importantes devociones de lima el día de hoy.

SEÑOR DE LOS MILAGROS

Surgida de lo más hondo del pueblo y atravesando clases sociales, castas y desigualdades, el Señor de los Milagros constituye el alma de Lima.

Durante el siglo XVII en el barrio entonces periférico de “Pachacamilla”, habitado principalmente por afroperuanos libertos y pobladores de extracción popular, se pinta en una frágil pared de adobe una pintura de Cristo en la Cruz. Pintura mural muy sencilla, sin el arte de un maestro, pero con toda la devoción impresa en sus rasgos. Los vecinos del barrio le rendían un culto discreto y modesto.

El año 1687 un devastador terremoto sacude la Ciudad de los Reyes. El poeta Caviedes escribe: “¿Qué se hicieron, Lima ilustre/ tus fuertes arquitecturas / de templos, casas y torres / como la fama divulga?”. Sin embargo, el humilde muro no sufre daño alguno, pese a que todo su entorno queda destruido. Este hecho inusitado es considerado milagroso y su fama trasciende a toda la ciudad que acude a conocer el milagro. Los devotos aumentan y se realiza una copia en lienzo para sacarlo en procesión.

El año de 1746 un verdadero cataclismo sísmico echa por tierra a la ciudad de Lima. Es tan completa la destrucción que se piensa incluso en un cambio de lugar. Sin embargo, una vez más, el humilde muro de adobe se mantiene indemne. La población de la ciudad vuelve sus ojos nuevamente a este doliente Cristo implorándole misericordia frente a los terremotos.

A partir de allí, la devoción crece y se generaliza, convirtiéndose en la primera devoción limeña.

Con el advenimiento del siglo XX la devoción crece aún más, su hermandad se organiza sólidamente y los días de procesión la ciudad se paraliza. Con el enorme proceso de inmigración que recibe Lima durante la segunda mitad del siglo XX esta devoción es rápidamente asimilada por estos nuevos limeños, que a su vez la trasladan hacia sus lugares de origen. El señor de los Milagros deja de ser una devoción únicamente limeña, para convertirse en una devoción “pan- peruana”. No hay ciudad grande o mediana del Perú donde no se le rinda sentido culto, convirtiéndose así en un símbolo de identidad cultural y religiosa de los peruanos. En ese mismo sentido, el gran proceso de emigración de peruanos hacia el mundo, ha llevado esta devoción a todo lugar del planeta donde vivan un grupo de peruanos.

Finalmente es interesante mencionar que la devoción religiosa va de la mano con otras múltiples tradiciones que se han integrado a nuestra identidad, a nuestra historia y a nuestras costumbres, como el Turrón de Doña Pepa, los hábitos morados, las sahumadoras… quedándose así como parte del alma de nuestra ciudad.

SANTA ROSA DE LIMA

En la entonces joven ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú, nace en un hogar modesto, la criolla Isabel Flores de Oliva el año de 1586. Desde sus primeros momentos de vida ocurren hechos milagrosos: su madre tiene la visión de la niña recién nacida con el rostro convertido en una rosa. Desde ese momento adopta ese nombre con el que será conocida en adelante.

Desde sus primeros años la niña Rosa demuestra su vocación por la caridad y el amor hacia el prójimo. Recibe a los más necesitados para ayudarlos en su casa. Sus padres esperan de ella un buen matrimonio, y es una constante lucha que debe llevar. Llegada a la adolescencia ya tiene muy clara su vocación religiosa. Debido a su modesto origen no cuenta con los recursos suficientes (la dote) para ingresar como religiosa en un convento, así que decide llevar una vida laica comprometida como Hermana Terciaria Dominica.

Son numerosos los actos de caridad, y la vida de penitencia y humildad que la van acercando a la santidad. Practica la profunda meditación y la oración mística, bajo la supervisión de directores espirituales. Dentro de las escenas culminantes de su vida, está su “matrimonio místico”, cuando el niño Jesús se le presenta en brazos de su santísima madre y de dice “Rosa de mi corazón, yo te pido por esposa”. Luego, por intermedio del hermano de la santa, recibe un anillo que sella su compromiso con Cristo.

Otro hecho resaltante de su vida, es su acción heroica frente al ataque de los corsarios a la ciudad de Lima. Ante la posibilidad de un desembarco, reúne a las mujeres de Lima para orar por la salvación de la ciudad. Cuando el combate se complica, sube hasta el altar y declara que defenderá con su vida a la Sagrada Eucaristía frente a los piratas herejes. Milagrosamente el pirata muere repentinamente, y todos lo atribuyen a un milagro.

A causa de su vida de privaciones, mortificación del cuerpo y oración intensa, su cuerpo se deteriora con mucha rapidez. A la corta edad de 31 años sufre un debilitamiento generalizado de sus fuerzas. La noticia se extiende por toda la ciudad y el pueblo se vuelca a las proximidades de la casa en la que vive, de su protector Don Gonzalo de la Maza y su esposa. En medio de la consternación general, fallece en olor de santidad.

A pocos días de su muerte, se reunieron numerosos testimonios sobre su vida y virtudes. En 1634 se presentó a Roma la causa de beatificación. La beatificación se realizó en el Convento Dominico de Santa Sabina en Roma, en 1668. Fue canonizada por Clemente X el 12 de abril de 1671, proclamándola por Principal Patrona del Nuevo Mundo. En Lima, Roma, España y todos los países de América y Europa, se celebraron fiestas suntuosas en honor de la primera santa natural de América.

Los pontífices en sus respectivas bulas la proclamaron santa con el nombre de Rosa de Santa María, y que posteriormente hubo de convertirse en Rosa de Lima, nombre toponímico común a muchos santos en el orbe cristiano.

Para concluir, es necesario que la devoción a Santa Rosa de Lima es también un símbolo de la identidad peruana, venerada en todas las ciudades y pueblos del Perú.

La ciudad de Lima la celebra con importantes y tradicionales solemnidades: la gran procesión en su día (30 de agosto) que tiene una participación multitudinaria; la visita al Pozo de la casa en la que nació, hoy su santuario; la peregrinación a Quives, pueblo de las sierras de lima donde temporalmente vivió y recibió su confirmación de manos de otro santo: el Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo.

El solar de la casa donde Rosa murió es ahora el convento de Rosa de Santa maría, que alberga en su interior una capilla santuario con recuerdos de sus últimos días. Allí se conmemora una hermosa procesión el día 24 de Agosto, donde se recuerda su muerte y entierro, llevando en procesión su imagen yacente.

Santa Rosa de Lima es y será uno de los elementos fundamentales de la identidad limeña y peruana.

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La ciudad de Lima siempre se ha caracterizado por ser un crisol de razas y culturas, incluso desde sus primeros tiempos. Y Martín de Porres encarna de manera palpable esa vocación por la diversidad cultural de nuestra ciudad y nuestro país.

Nación el año 1579, hijo de un noble español y de una esclava afroperuana. No obstante su condición de hijo ilegítimo, recibió la protección distante de su padre.

Llevó una vida modesta y fue instruido en el oficio de “barbero”, que incluía en su tiempo las funciones de dentista. Lo que caracterizó su vida desde su niñez fue su gran humildad, su caridad cristiana y su vocación de ayuda al prójimo.

Ingresó al convento de Santo Domingo en calidad de “donado” ya que por su condición de hijo ilegítimo y persona “de color” no podía ser fraile. En el convento se dedicó a realizar los oficios más humildes, siempre con caridad y bondad. En sus salidas a la calle realizaba a su paso innumerables milagros para ayudar a los más pobres, ganándose en vida una gran fama de santidad y el enorme cariño del pueblo.

Casi a la edad de sesenta años, Martín de Porres cayó enfermo y anunció que había llegado la hora de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la ciudad de Lima. Tal era la veneración hacia este mulato que el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de muerte pidiéndole que velara por él desde el cielo.

Martín solicitó a los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían, falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los Reyes. Toda la ciudad le dio el último adiós en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la cripta doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.

En 1660 el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, inició la recolección de declaraciones de las virtudes y milagros de Martín de Porres para promover su beatificación, pero a pesar de su biografía ejemplar y de haberse convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevó a los altares. Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue beatificado por el papa Gregorio XVI.

El papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canonizó en la Ciudad del Vaticano el 6 de mayo de 1962 ante una multitud de cuarenta mil personas procedentes de varias partes del mundo nombrándolo «Santo Patrono de la Justicia Social»

La ciudad de Lima ha incorporado la devoción a San Martín de Porres como un verdadero símbolo de la humildad y la caridad cristiana. Su fiesta es el día 3 de noviembre y cuenta con una numerosa hermandad que organiza una solemne y muy concurrida procesión que recorre las calles de Lima recibiendo las oraciones y el amor de sus fieles.

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